Panza - Infanticidio: Últimamente me siento un viejo choto. Todos los días aparecen nuevas bandas prometiendo la redención del rock, el escape de las garras del tedio, el mercantilismo y la producción en serie, pero finalmente no son otra cosa que un clon más de la máquina de facturar y a uno no le queda más remedio que volver a esos viejos conocidos, con edades rockeramente impensables hace unos años, para poder disfrutar de algo verdaderamente nuevo.
Y con el rock argentino es aún peor, porque hubo un tiempo (que no fue hermoso y ciertamente no fuimos libres de verdad) en el que uno sentía la excitación de escuchar algo que desafiaba al sistema, pero ahora..., ahora..., ahora la mayoría de lo que suena son jingles de cerveza, amaneramientos para seducir el mercado latino y bandas de tributo a los Stones.
Me aburre. Me aburre soberanamente.
Por suerte, muy ocasionalmente uno se tropieza con excepciones a la regla, como Panza, que con su contundente Infanticidio me hizo recuperar aquel viejo entusiasmo que sentía al bajar la púa sobre un LP.
No, no suenan a viejo, no, ¡por favor! Suenan a interesante, a diferente, lo que no es poco hoy día. ¿Cómo definirlos? ¿Vale la etiqueta "Pop violento" que ellos usan o habría que ampliarla para evitar confusiones? Digamos que es una impresionante voz femenina, la de Mariana Bianchini, capaz de gritar, llorar y reir al mismo tiempo (¡y sin desafinar!), disparando su furia sobre la densa pared sonora que construyen, con ladrillos prestados de Fripp, Bowie y el mejor punk, la guitarra de Sergio Álvarez, el bajo de Javier González y la batería de Pablo Contursi. Digamos que es una banda que hay que escuchar (y no oir) más de una vez para ir entrándole a sus muchas sutilezas, que no te la hace fácil, que no buscan el tarareo inmediato del oyente. Digamos que no son complacientes y que no quieren que vos lo seas.
Y a esto hay que agregarle unas letras llenas de bronca y vacías de altisonancia, con desesperación y asco y, a la vez, desde un punto de vista aparentemente ingenuo (pero nadie es inocente, nadie lo es), como de niñitos timburtonianos. "No pensamos frases para impresionarlos" dicen en Sonrisas de plastilina y creo que no mienten, si algún que otro verso impresiona es porque es impresionante y no porque obedezca a una calculada estrategia de tirar eslóganes aparentemente inteligentes (o comprometidos o fieritas o contraculturales). No voy a decir que son una maravilla de la poesía, porque no lo son, pero sí que son muy buenas letras de canciones, sin golpes bajos, de esas que hacía rato que habíamos dejado de escuchar.
A mi gusto, lo mejor es cuando bajan los decibeles un poco y se mandan canciones como Sado (una enferma historia de amor, quizás lo mejor del disco), Naturaleza muerta o Crucigramas, más que nada porque es en estas donde la voz de Mariana Bianchini se luce mucho más y demuestra lo hermosa que es, pero, a la vez, no puedo dejar de entusiasmarme con las violentas Popstar, Callate nena!, Plato frío o la ya mencionada Sonrisas de plastilina, así que no sé. Las quince canciones son destacables y todas de buenas para arriba.
Voy a decir algo que va a parecer feo: ojalá nunca tengan éxito. No, no es por mal, al contrario, es porque no quisiera que por un Grammy latino o una tapa en la Rolling Stone se les pierdan la furia y la inteligencia. Parecieran que no, que se van a mantener honestos pese a todo, pero se han visto casos, se han visto muchos casos...

Saurio